Objeto de amor by Edna O’Brien

Objeto de amor by Edna O’Brien

autor:Edna O’Brien [O’Brien, Edna]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2013-01-01T00:00:00+00:00


La señora Reinhardt

La señora Reinhardt había trazado su itinerario. En azul las carreteras principales, en rojo cuando quisiera desviarse. Un sistema, y una promesa. Tenía que pasárselo bien, tenía que descansar, tenía que recuperarse, tenía que ganar algo de peso y quizá florecer un pelín. Tenía que superarlo. A fin de cuentas, el mundo era un lugar verde, soleado, encantador. Estaban segando el heno; las vacas manchadas eran tan esbeltas que parecían dálmatas y sus movimientos en las praderas tan indolentes que podrían haber pasado por sonámbulas. Los hombres y las mujeres que faenaban en el campo parecían no conocer la preocupación o la prisa. Era junio en Bretaña, justo antes de que llegaran las hordas de visitantes, y las carreteras estaban relativamente vacías. El tiempo era tempestuoso pero, mientras circulaba, algún que otro parche de sol iluminaba los árboles, la hierba exuberante y los pantanos. Las semillas y el polen en la superficie de las aguas eran de un amarillo mostaza fuerte. El arcén estaba salpicado de ginestas en flor y cada cierto tiempo un poste con un teléfono de emergencia de color naranja chillón captaba su atención. No le gustaba. No le gustaban las emergencias y no le gustaban los teléfonos. Mejor evitarlos.

Mientras conducía la señora Reinhardt estaba entretenida y con el corazón relativamente sereno. Nadie habría adivinado que no hacía mucho las había pasado moradas y que todavía le esperaban cosas peores. Aquel era un respiro. Observar los arcenes, las margaritas en los campos, las amapolas rojas y rosas, y los lupinos, tan amodorrados como las vacas; observar las señales de tráfico y pensar si acaso en los ingleses muertos en la última guerra, cuyas ánimas penaban por aquellos lugares, ingleses muertos de los que en aquel instante, en una casa adosada de Inglaterra, alguien acariciaría alguna fotografía, alguna reliquia o algún pensamiento hecho añicos. Pensar en comida, pensar en marisco, pensar en cómo se dice «arándano» en francés, pensar en lo que fuera, con tal de mantener la mente ocupada.

El hotel prometía ser bonito. Lo había visto en fotos, un palomar al borde de un lago, la quintasesencia de la calma, la belleza, el aislamiento. Un lugar donde reencontrarse con el dios de la paz. Los pinos que flanqueaban la carretera eran jóvenes y larguiruchos pero las vacas eran como péndulos, con las ubres asombrosamente grandes y colmadas. Pensó que todavía era por la mañana y que acababan de ordeñarlas, ¡cómo no estarían al atardecer! Qué rabia, las ubres de las vacas reavivaron el pensamiento prohibido. Una vez, en la casa de campo, una vaca se había quedado atrapada en la alambrada de espino y tanto ella como el señor Reinhardt dedicaron un buen rato a buscar ayuda y luego a tratar de liberar al animal, creando un gran revuelo entre la comunidad vacuna. Luego bebieron champán, con la actitud de quien celebra algo. ¿O era más bien para ocultar algo? El señor Reinhardt había dicho que no debían distanciarse y sin embargo discutió con ella



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